domingo, 25 de septiembre de 2011

Saber, poder y cultura


El poder es el que constituye a los individuos de cada tiempo, que están sujetos a él. El sujeto es precisamente eso: alguien sujetado por el poder. Además, no se trata de un poder centralizado, sino, por el contrario, capilarizado, extendido por toda la red social. Se trata de un poder pluricéntrico, sutil e indetectable, que mantiene con el poder relaciones recíprocas: fomenta y apoya un determinado tipo de saber, que después a su vez modificará la concepción o la puesta en práctica del poder. Foucault llegó a desconfiar de esta alianza, que a lo largo de la historia ha llegado a ser peligrosa, separando, por ejemplo, lo sano de lo insano, al loco del cuerdo, al delincuente del ciudadano. La alianza entre saber y poder es, cuando menos, amenazante.

Habermas, por su parte, es consciente del interés técnico que subyace a toda investigación sobre la naturaleza. Dicho en términos clásicos, estamos interesados por el saber, pero cuando éste se centra en la naturaleza es un “saber para poder”. Un interés productivo y de dominación alienta la investigación científica. Sin embargo, Habermas piensa que este interés puede ser superado, y que la ciencia, si no objetiva, sí puede llegar a ser intersubjetiva. Extrapolando su teoría del discurso, podríamos decir que la alianza entre poder y saber, puede superarse cuando el debate científico se da en una comunidad científica en la que todos pueden intervenir y explicar sus teorías de un modo libre y simétrico, con igualdad de oportunidades y posibilidades de plantear objeciones y críticas. El diálogo, piensa Habermas, puede superar la amenaza de la ciencia al servicio del poder, o del poder al servicio de la ciencia, pues aquel que detecte este tipo de relaciones podrá denunciarlo siempre en la esfera pública. 

El siglo XVII marca el arranque de las Ciencias. Hasta entonces la Universidad se limitaba a la enseñanza de las lenguas antiguas, de la Teología y del Derecho.

La Iglesia, que tenía la tuición de la enseñanza, desconfiaba de toda novedad, considerándola una herejía; por esta misma razón, los profesores, escolásticos por formación, tampoco deseaban adoptar métodos nuevos. 

No obstante, unos pocos jóvenes habían aprendido latín para poder leer todos los libros que trataban de los temas científicos, hasta entonces, escamoteados por el mundo eclesiástico. Por otra parte, por esos años, en algunos países se fundaron algunas instituciones que hacían factible el estudio de las Ciencias.

En 1597, en Checoslovaquia, Brahé edificó un castillo en una islita y ahí trabajó en Astrología, durante veinte años. Más tarde, en Praga, junto al emperador Rodolfo, estudió Astronomía, ciencia que les permitía reconocer la posición de un barco en el mar. París, que ya tenía el Jardín de Plantas, en 1667, fundó el Observatorio; ese mismo año, en Londres, se creó el Observatorio de Greenwich. En Italia y en Holanda, también se inauguraron jardines para el estudio de plantas y animales, lo que indujo a los viajeros que volvían de tierras de América traer plantas y animales, desconocidas en Europa.También se crearon los museos, siendo el más famoso el Museo Británico , mientras, en Francia, el ministro Colbert, con el propósito inicial de levantar un completo mapa del país, fundó la Academia de Ciencias.

Además, en Francia, Alemania, Holanda e Inglaterra se empezaron a publicar revistas dedicadas al quehacer científico. Estos acontecimientos convencieron a los estudiosos a abandonar el trabajo aislado y aceptaron la idea de intercambiar sus conocimientos científicos. Entonces, en Londres, se fundó la Real Sociedad, con el auspicio del rey Carlos II. Este organización tuvo una vida lánguida y solo logró notoriedad mundial al ingresar a ella Isaac Newton.

Por otra parte, las nuevas enseñanzas se basaban en la experimentación, método propuesto por Francis Bacon (1561-1626), en su tratado Novum Organum, en oposición a las postulaciones de Aristóteles. Bacon condenaba el método escolástico, que se guiaba solamente por la razón. Él proponía la experiencia metódica. Primero, observar los hechos para verificarlos como producto de la experiencia; luego, clasificarlos y, por último, razonar pasando de lo particular a lo general, como la manera de descubrir las leyes rectoras de los fenómenos.

Pero, como ha sucedido siempre en el progreso humano, el método propuesto por Bacon fue resistido por los sabios de su época y nunca se aceptó aplicarlo en la enseñanza; por el contrario, se lo condenó al silencio y al olvido. Pese de ese silencio y olvido, el italiano Galileo Galilei, rescató el método de Bacon para imponerlo y difundirlo desde la Universidad de Pisa. El científico Galileo actuó en muchos campos del conocimiento humano, basado en la experimentación.  Bacon, había dicho en su momento: Nuestro poder va tan lejos como nuestro saber.

El hombre del siglo XX es testigo de que tal afirmación es una realidad incontestable.




 referencias web
http://www.boulesis.com/boule/saber-y-poder/
http://j.orellana.free.fr/textos/saber.htm